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Respeto a la vida

Todos los seres concretos históricos, espaciotemporales (sean estrellas o peces, nubes o montañas) están limitados en el espacio y el tiempo. Se dice que sólo Dios es eterno e infinito, puesto que está en todo lugar y tiempo. Pero en el mundo real todo empieza y todo acaba. Todo tiene límites espacio-temporales. Aunque en el mundo real todo acaba, sólo lo que vive muere. Así, los seres humanos compartimos con todos los seres vivos, que somos, parafraseando én esto a Heidegger, seres-para la muerte. Por eso aprendemos a respetar la vida y la muerte, pues somos seres finitos, no perennes.

Sólo al hombre le es dada esta cualidad consistente en saber apreciar el mundo del valor, el respeto a la vida y a la muerte. La vida, como todas las formas de existencia, como realidad en sí no tiene valor, es decir, no es buena ni mala, es el hombre el que le confiere valor, de ahí las construcciones humanas del derecho y del respeto a la misma. El hombre concede valor y respeta a la vida porque él mismo forma parte de su evolución, hecho ante el cual no puede permanecer indiferente.

Los seres humanos no somos iguales a los demás seres vivos, pero compartimos con ellos los mismos derechos naturales. Uno de ellos es el derecho a la vida. En este sentido, todo ser viviente debe -y puede- ser respetado por el hombre.

El respeto a la vida, en cualquiera de sus manifestaciones, tiene que ser un respeto activo, es decir, elegido y practicado libremente por el individuo, y no un respeto pasivo, impuesto por una autoridad externa, donde el individuo sólo tome conciencia de su valía, pero no haga nada para perpetuarlo.




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